Érase una vez un campesino
y su esposa, que se lamentaban de no haber tenido nunca un hijo.
– “Cuánta tristeza y silencio hay en esta casa. Si tan solo
tuviésemos un niño, aunque fuese pequeño”, – pidió la esposa una noche.
Un día acompañó a su padre al bosque a buscar leña y pensó en
ayudarlo a conducir el carro en el que iban. Se sentó en el oído del caballo y
comenzó a darle indicaciones sobre donde debía ir. – “¡Heiii! ¡Arre! ”. Empezó
a gritar como un experto conductor.
Por el camino pasaron dos forasteros, que vieron extrañados cómo
el caballo iba siendo conducido solo por unas voces estridentes. Presos de la
curiosidad decidieron seguir aquel carro hasta su destino y cuando llegaron a
un claro en el bosque, se percataron de que la voz le pertenecía a una diminuta
persona.
Pensaron cuánto dinero podían ganar si lo exhibían en la ciudad,
por lo que se acercaron al campesino y le ofrecieron comprarlo.
– “¿Por qué no nos vendes al pequeño? Trabajará para nosotros” –
dijeron los forasteros.
– “No” –respondió el padre – “Es mi hijo y no lo vendería ni por
todo el oro del mundo”.
Al oír la propuesta, Pulgarcito escaló por los pliegues de la
ropa de su padre hasta llegar a su oído y le susurró: – “Padre véndeme a estos
hombres, nos viene bien el dinero y yo buscaré la forma de regresar a casa.
Confía en mí”.
El padre dudó, pero luego hizo lo que le sugirió su hijo y lo
intercambió por una buena cantidad de monedas. Pulgarcito se despidió de su
padre y se fue con aquellos hombres, sentado en el ala de un sombrero. Cuando
ya había anochecido engañó a los hombres para que lo bajaran un segundo,
momento que aprovechó para colarse en una madriguera de ratón. Los hombres
intentaron atraparlo, pero al ver que era en vano, decidieron marcharse.
Pulgarcito salió de aquel agujero decidido a buscar un lugar
seguro para pasar la noche y encontró una concha vacía de caracol. Se estaba
quedando dormido cuando sintió pasar a dos hombres que hablaban sobre robar la
casa de un pastor. De inmediato tuvo la idea de darles una lección a aquellos
oportunistas, por lo que se ofreció a ayudarlos.
– “Yo los ayudaré si me llevan con ustedes”, – les dijo desde el
interior del caracol. – “Me deslizaré por las cañerías y le iré pasando todo lo
que deseen”.
Los hombres vieron al pequeño en el suelo y pensaron que era un
buen plan, por lo que lo llevaran con ellos. Una vez en casa del pastor,
Pulgarcito se introdujo en el salón y comenzó a gritar con todas sus fuerzas:
– “¿Qué queréis? ¿Queréis todo lo que hay aquí?”- gritó intentando
que lo escucharan.
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